ESCALOFRIANTE…!
Por Alberto Díaz D.
Escuché recientemente una conversación salvajemente animada que sostenían varios jóvenes obreros entre risas perversas y ademanes grotescos en torno a la ola de cobardes asesinatos de mujeres que se está registrando en la República Dominicana en la actualidad.
Llaman mi atención los cuasigruñidos de un iletrado que refiere con siniestro entusiasmo la historia de otro miembro de la tribu que fue sentenciado a pocos años de cárcel por haber golpeado a su infeliz compañera y madre de sus hijos.
Calculó el alevoso caballero al salir de la cárcel, que si mataba a la mujer recibiría seguramente una pena igual de corta, y así terminaría para siempre el angustioso problema de soportar día tras día sus molestias. Y así lo hizo. Después de unos días en libertad se tomó un par de botellas de ron en compañía de sus amigos y se dirigió a la casa de la indefensa mujer.
El relator de la tragedia refiere que cuando llegó a la humilde morada, sus hijos no se encontraban allí, oportunidad que aprovechó para exigirle a la ex media naranja el cumplimiento de sus deberes maritales, a lo que la dama se negó rotundamente, y eso fue motivo suficiente para atacar a la mujer a puñaladas hasta arrancarle la vida.
Así terminó para aquel grupo de zánganos la historia de una tragedia que han vivido recientemente cientos de mujeres en nuestro país, y que podrían vivir otras tantas si no se hace algo en lo inmediato, mientras que la justicia dominicana bosteza sobre los textos jurídicos del nuevo código procesal penal o se entrega a un derroche de elocuencia insustancial e interminable en solemnes auditorios o ante las cámaras de la televisión nacional.
Escuchando los debates sobre el problema de marras, cualquiera puede darse cuenta del fariseísmo de la justicia y del gobierno dominicanos, pues resulta evidente que el dominio teórico del nuevo código reviste mas importancia para las autoridades que la necesidad de ponerle fin a esa carnicería de mujeres que, en su mayoría, son madres de familia.
El asesinato cotidiano de mujeres debe tener inmediatamente su punto final. Si el código procesal penal está muy por encima de una nación primitiva como la nuestra, donde el presidente de la República y su escudero Félix Bautista se roban a las claras ciento treinta millones de dólares y el hecho se queda impune, entonces vamos a desmontarlo ya. La justicia tiene que ser para todos, o para nadie.
Cuando un pueblo se encuentra sumido en la corrupción y la barbarie, como fue el caso del pueblo hebreo al salir del cautiverio en el antiguo Egipto, la única ley que resulta aplicable es la del talión: ojo por ojo y diente por diente. Y en ciertos casos, como los de violación y asesinatos de niños o de mujeres embarazadas, deberían ser dos ojos por uno, o dos dientes por uno. Apliquémosla así, como Dios lo mandó.
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